Murió ANA MARÍA MATUTE, la niña grande de nuestra literatura, esa mágica combinación de inocencia y sabiduría que tan buenos frutos narrativos dio.
Sus lecturas me acompañan desde hace ya muchos años, quizás incluso desde la adolescencia, y con ella tuve la oportunidad de charlar en un par de ocasiones, la última brevemente en la cena del Premio Nadal, cuando me acerqué a saludarla aprovechando que estábamos en mesas vecinas: fue como siempre encantadora y sus bonitas manos, de dedos largos y uñas cuidadas, tomaron por unos instantes las mías. Sonreía. Sobre ella y las dificultades que tuvo que superar para convertirse en la gran escritora que fue (y que será siempre), escribo a modo de homenaje en el blog "Mujeres" de EL PAÍS DIGITAL.
"Se marchó la semana pasada sin hacer ruido, un mes antes de cumplir los 89. Discretamente, como discreta fue su andadura literaria a pesar de los muchos premios que cosechó, desde el Gijón y el Nadal allá por los lejanos años 50 hasta el más que prestigioso Premio Cervantes, que le fue concedido en 2010, siendo por cierto tan sólo la tercera mujer en recibirlo entre un montón de ímprobos caballeros de la pluma. [...]"
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