Entre las muchas noticias negativas que llenan los periódicos en estos días
negros de incertidumbre, ha destacado esta semana una noticia estupenda que me
llena de satisfacción: la elección de Carme Riera, escritora y catadrática de
literatura de la UAB, como académica de la Real Academia de la Lengua. En lugar
de cinco, ahora serán seis las mujeres que en franca minoría deberán, junto a
sus muchos colegas varones, velar para que el español que nos legaron Góngora y
Quevedo se ajuste a las inflexiones de la modernidad para uso y disfrute de los
casi 500 millones de personas que lo hablan en sus múltiples y enriquecedoras
variantes (según estimaciones recientes del Instituto Cervantes).
La simpatía personal que le tengo
a la autora de Dins el darrer blau/En el último azul me lleva a
alegrarme muy mucho por ella ante esa nueva responsabilidad que le sobreviene.
Pero no puedo por menos que alegrarme también por lo que tiene de inyección de
optimismo para el conjunto de las mujeres que trabajan en el ámbito de la
cultura y tienen a diario que darse de cabezazos con el techo de cristal que
aún insiste en frustrar la expresión de su talento.
Haciéndome eco de esta innegable
realidad, y aprovechando la feliz circunstancia, he escrito el siguiente artículo: