Este país ha dado y sigue dando
mujeres valientes, capaces de exponerse, de luchar por sus convicciones, de
resistir embates ciertamente dolorosos, de no cejar en el empeño. De Clara
Campoamor a Concepción Arenal, de Emilia Pardo Bazán a “las trece rosas”. No exagero si digo que LIDIA
FALCÓN es una de ellas. Comprometida con el feminismo desde sus más tiernos
años ahora, instalada desde hace tiempo en la madurez, sigue enarbolando labia y pluma
para defenderlo.
Hay quien cree que el feminismo
ya no es necesario, que los logros fundamentales ya han sido alcanzados. No sabe
hasta qué punto se equivoca y cómo, hoy más que nunca, en estos tiempos de
extravíos y enmiendas a totalidad, hay que retomarlo con ímpetu allí donde
parece haber quedado adormecido. ¿Adormecido, silenciado, ninguneado, ridiculizado? Para quienes creemos en la igualdad real entre los sexos es el único camino.
Queriendo dar testimonio de sus 50
años de feminismo, de lo necesario que sigue siendo y anunciar que sigue en la
brecha, Lidia Falcón ha publicado un nuevo tomo de memorias, La pasión
feminista de mi vida (El Viejo Topo), y sobre él he escrito.