Nunca me han gustado los bares con olor a fritanga y una alfombra de servilletas de papel tapizando el suelo, donde la única música es la de la máquina tragaperras y el griterío de los tertulianos soeces y tabernarios. También reniego cada vez que veo a alguien escupir por la calle o lanzar displicente una colilla a un adoquín humillado. Creo en una España limpia de cutrez y mediocidad, liberada de feas costumbres demasiado arraigadas, donde el fraude fiscal no dé prestigio y los chorizos se pudran entre rejas. Lo dicho, la España grotesca me da náuseas.
Así que en un instante de lucidez me ha dado por escribir un "Decálogo del buen españolito", que a su vez es el número XIV de la serie "Pienso, luego resisto" y que puede leerse, como siempre, en AGITADORAS, esa coctelera amiga del espíritu crítico.