Soy una fan de la estética, lo confieso, de ahí que me alegre al ver un edificio en proceso de rehabilitación. Imagino la fachada ya añeja siendo rescatada de las fauces del deterioro, resurgiendo de entre las grietas y el moho con el rostro terso que lució en su día. Me gustan los balcones recién pintados, que invitan a asomarse, y las porterías con el mármol pulido y una nueva lámpara bien orientada que ensalce el brillo de los buzones aún por estrenar. Lo que no quita que también me gusten, y mucho, las casas donde el paso del tiempo ha dejado huellas de historia y no de abandono. Así que, por extensión, soy partidaria de cuidar cada uno de los elementos que configuran una ciudad y no dejarlos en manos de la negligencia y la dejadez. Y es por ello que la propuesta que hace el arquitecto Masip, y que aquí gloso, me pareció espléndida (y sobre todo muy pero que muy necesaria en este país tan poco partidario del mantenimiento).