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Echando atrás la vista,
viajando tan lejos como llega el recuerdo,
se lo ve recostado en un alféizar,
por completo entregado.
El cantor-trovador surca los prados
montado en su caballo cimarrón.
Vive en el mil trescientos envuelto en el fulgor
y ama a una dama que también lo ama.
Sediento se despierta siempre al alba,
le afloran a los labios bellas rimas,
su amada las aplaude en su castillo
acaso rezagada en el zaguán.
Lo acompañan otros cuatro poemas que invito a leer aquí:
http://www.agitadoras.com/Febrero%202013/maria.html