Los libros nos aguardan en las bibliotecas -donde sólo se ha salvado el servicio de préstamo- y en las librerías, donde a día de hoy aún podemos hojearlos sin miedo a contagiarnos de ningún virus. Y es que los brillantes epidemiólogos han descubierto que el papel no contagia, algo que les podíamos haber dicho los que llevamos décadas escarbando en legajos polvorientos.
O sea que las librerías son ahora nuestros bares, acogedores lugares de encuentro en los que poner en común todo lo que está visto que no quieren que pongamos en común. Por eso he publicado Si no hi ha bars, beurem dels llibres en la revista NÚVOL.