El Día de la Hispanidad siempre me ha dado bastante repelús: entre que recuerda demasiado un derroche de sangre espantoso y que es una apología de los uniformes, se queda en una festividad digna de no celebrar, al menos para quienes no somos ni de sangre ni de galones.
Y si encima le sumamos que ante el actual encono español-catalán ha servido para dar voz a los que creen que la autodeterminación no es un derecho de los pueblos sino una suerte de obcecación psicopática, pues aún peor. Un día para olvidar, poco más.
A este respecto he escrito Quanta, quanta testosterona en el diario ARA.