"Lejos
de las dolientes figuras de mujeres marcadas por la tristeza, esta neoyorquina
fue una verdadera juerguista: quiso beberse la vida y se la bebió, acompañada
de unas cuantas bebidas fuertes, aunque nunca sabremos sobre qué poso edificó
su perenne optimismo y esa sana costumbre de tomarse la vida con mucho sentido
del humor, pues entre otras cosas intentó suicidarse varias veces, y eso no es
algo que suela hacer una optimista recalcitrante. Aún así, de entre las
escritoras y los escritores nacidos a finales del XIX, destaca por su pluma
afilada y por una tendencia al sarcasmo que la convirtió en una pieza única [...]".