Corren tiempos en los que parece haberse impuesto el hábito de monologar y no escuchar al otro, o bien de gritar más que el otro no para que nos escuche sino para no tener que escucharlo. Y es una verdadera lástima que sean tantos los que no creen en el diálogo como vehículo de entendimiento. A él dedico, en "Sí al diálogo", la XIII entrega de OPINIONES ROBINSONIANAS, una invitación a quienes piensan distinto para compartir las preguntas y no las respuestas. "Los parlanchines somos un peligro para las reuniones sociales, pero también
un alivio para los largos silencios. Si no padecemos el mal de la verborrea,
sino el gusto por la buena charla, somos capaces de animar cualquier reunión o
de sacarle punta a cualquier situación anodina, incluidos los ascensores (esos
lugares donde la meteorología alcanza rango filosófico). Desconfía de las
personas demasiado silenciosas, me digo a veces, porque por una que calla por
mera prudencia, hay mil que no tienen absolutamente nada que decir. [...]"
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